viernes, 29 de abril de 2011

El tiempo en Aquilina


La abuela Aquilina vino al mundo un dos de febrero del año 1902 y se despidió de nosotros dos meses antes de cumplir cien años. Fue testigo de casi todo el siglo veinte y del efecto Y2K.
Su vida fue una increíble aventura, no faltaron las dificultades, más bien abundaron. Ante las dificultades se piensa, se siente, se hace. Y Aquilina hacía.
Mis recuerdos construyen repetidamente el camino que hacíamos para visitarla.
Saben a su cocina.
Huelen a su casa de baldosas ocre y negro, de un patio con una higuera que se perdía conmigo en el cielo.
Oyen el sonido del reloj de péndulo que estaba colgado en la pared del comedor.
La vida de Aquilina se balanceaba al ritmo del reloj que acumulaba las horas de toda su vida.
Hora de jugar bajo los castaños en su casa natal. De la desolación. Del abandono. De bajar del monte con las cabras. De huir. De atravesar caminos y mares. Del reencuentro y el abrazo. De calzarse por primera vez y aprender a tender una cama para que otros duerman en ella. Del amor, porque estuvo muy enamorada, me lo dijo en un sueño. De cantar, de reír a carcajadas. De brindar sus manos y ayudar. Del dolor que te arranca el alma. De llorar a sus muertos. De empezar de nuevo.
Los ciclos oscilantes de su reloj le marcaban el paso preciso a sus pequeños pies.
Dicen que, como el reloj de péndulo, todos tenemos engranajes ocultos que intensifican nuestra fuente de energía.
Mi abuela lo sabía.